Ciertamente conocemos la vida como algo propio de todo aquello que no ha
creado el hombre. Es decir, la naturaleza. Sin embargo, no nos conformamos:
dibujamos el sol con un rostro humano, creamos máquinas robotizadas, osos de
peluche que nos expresan amor, muñecas con forma de bebés que lloran, que toman
leche de una mamadera, que cagan y que además ahora crecen. Entonces ¿qué
buscamos? ¿No estamos contentos con lo que somos o de cómo “nos crearon”?
¿Necesitamos proyectarnos en algo creado por nosotros mismos? ¿Tan sublimes nos
sentimos al alterar el azar del tiempo y el espacio? Sinceramente creo que
buscamos reconocimiento o una aprobación anónima de algo que posiblemente será
considerado como un logro.
Cuando pasé por la juguetería y vi decenas de cajas con muñecas de
plástico -cuyas habilidades eran fascinantes, ya que superaban las expectativas
de cualquier niño prodigio-, imaginé qué pasaría si alguna vez escuchara a una
llorar y que de repente comenzara a gatear. Moriría de miedo y seguramente
gritaría como niña de cinco años, mientras corro hacia una próxima salida. En
fin, las miraba con sigilo, como si estuviera al acecho de algún movimiento
sospechoso. Por supuesto nunca lo hicieron. Lo percibí porque detenidamente me
acerqué a una de las cajas, leyendo cuidadosamente todos sus anuncios y
justamente uno decía: no incluye pilas... ¡Pilas! Ese era el elixir que tanto
buscaba, he ahí el elemento primo de su vida artificial, la sangre biónica de
aquella guagua plástica.
Comprendí que lo natural no puede mezclarse homogéneamente con lo artificial,
y artificial es todo lo que hace el hombre, es decir, un proceso terciario dentro
del medio. Nacimos de la tierra y pensamos que con pasto sintético salvamos
algunas tareas, tareas sin duda creadas por el hombre, pensadas e ideadas por
mamíferos de encéfalo altamente desarrollado y pulgar oponible. Así no se
puede. Ni siquiera nos detuvimos a pensar en donde vivimos. El azar de la creación
de cualquier ser vivo es sagrado y hermoso, porque si eligiéramos cómo nacer, cómo
ser o cómo reaccionar, todo sería aburrido. Ya ven cómo las niñas se aburren rápidamente
de la muñeca cuando ya descubren que gatea, llora, come y defeca. Faltaría una
que lance insultos al azar, pero para eso no estamos preparados. Somos muy
chimpancés todavía.